En el nombre del padre
del amor y la sangre
Dios
este dios tan hombre
me anticipó el cielo en una hija.
Para que mida la dimensión de las estrellas
hundiéndome en la tierra
y no hable del pan
sin conocer el hambre
ni ofrezca mi pluma
al obrero de azul
que pasa por mi calle.
¡Que le acompañe¡
en su aguinaldo avinagrado la desnuda resignación de su mujer
sus hijos
multiplicada evasión del hombre que perdió su sombra
en el último crepúsculo.
Aquí en los bodegones me crezco,
avergüenzo el madrigal de las confiterías
aprendiendo
un blanco calendario de pañales,
la antigua matemática de los alquileres
discutiendo el cedro de la cuna
inventando sonajeros de piedra.
La mujer
meciendo un desvelo
ordeña su dulce leche de huesos
con la sonrisa vieja de las flores
que mueren a la tarde inocentemente alegres
de habitar con pétalos el aire.
Ya planté el árbol de los abuelos
lo miro a dios de frente
y un ángel hace guardia en los ojos de mi niña.
(Del libro “Los últimos serán los primeros)
Hugo Alarcón
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